A la luz de la mañana escocesa, Fiona Chrystall (puedes llamarla Fee) levantaba el hervidor de la estufa y vertía el agua hirviendo sobre la mitad de una galleta de Weetabix, un cereal semejante al trigo triturado. Y eso era el desayuno.
Ocho horas después, ella comía lo mismo por segunda y última vez en el día. Y eso era, a lo sumo, en los mejores días.
"Había veces (recuerda Chrystall) en las que no comía ni bebía nada en todo el día".
Durante la mayor parte de su adolescencia, esa era la vida de Chrystall. La familia y los amigos observaron cómo la anorexia se la llevaba ante sus ojos, marchitando su físico atlético hasta proporciones esqueléticas.
Ahora en forma y saludable a los 25 años, estima que su cuerpo de cerca de 1,60 metros pesaba en esos momentos apenas unos 30 kilos.
¿La herramienta de su lucha? Pelear contra sí misma, y no de forma simbólica.
Chrystall es un luchadora aficionada de artes marciales mixtas, con la esperanza de convertirse pronto en profesional.
"Caí en la lucha por accidente", asegura. "Tomé una clase mientras iba a la universidad y sentí que esto era para mí".
Aunque Chrystall reconoce que su batalla con la anorexia probablemente nunca acabe, el entrenamiento para luchar se ha convertido en la terapia saludable que ella asegura que necesitaba para una actitud natural "súper competitiva" de "todo o nada".
"Ahora me enfoco en ser fuerte, estar en forma y saludable, en lugar de parecer un esqueleto", asevera. "Todavía tengo estos pensamientos, pero en un lugar donde puedo lógicamente luchar contra ellos".
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